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En el mundo tangible, todo lo visual y sonoro que percibimos a través de nuestros sentidos, tiene una relación directa o indirecta. Todo sonido proviene de alguna fuente visible cuyas partículas en vibración, se propagan en forma de ondas sonoras, audibles o no. Por tanto, no podemos ver el sonido, sin embargo, vislumbramos aquello que lo origina; a través de lo cual, entablo una correspondencia filosófica entre lo sonoro y lo visual, pertenecientes a una naturaleza indivisible donde todo lo que vemos produce un sonido (perceptible o no), y todo lo que oímos es producido por algo que podemos ver. La obra plantea una disyuntiva dicotómica generada perceptualmente a través de la experiencia del tiempo en la danza, la música y las artes visuales como planteamiento estético. Por un lado, la obra visual mediante la contemplación a un objeto prefijado logra mimetizar una escena, de tal modo que la percepción cuantitativa del tiempo desaparece; la danza suspende el tiempo en el flujo continuo que surge de un cuerpo en movimiento, por su parte, la música depende del tiempo, a su vez que lo regula y lo mide, jugando así, con la percepción y la memoria.
En este caso, la obra busca cuestionar y reformular dichos paradigmas, de tal modo que, los objetos visuales suspenden el tiempo por medio de cuerpos en movimiento, la música desaparece el tiempo a partir de sonidos constantes y continuos, mientras que la danza pretende regular y medir el tiempo a través de un espacio prefijado.
El tiempo es el arquetipo de la eternidad, así como el ritmo es el arquetipo del sonido; tan sólo la concepción de un segmento de duración que rompe la continuidad a nivel perceptual. El ritmo plantea una distribución fragmentada del contenido a través del espacio, que funciona como símbolo preconcebido de la forma en distintos niveles: desde el universo, el cuerpo, el lienzo y la máquina, que son aquí predispuestos como contenedores. El gesto sonoro, corporal y visual, se vinculan por medio del movimiento distribuido en proporciones espacio-temporales.
La creación musical se consigna en la partitura como un código de signos que sirven al proceso de materialización y recreación por parte del intérprete.
El proceso creativo de un intérprete musical, implica la decodificación de una notación específica para hacer tangible el contenido sonoro de una obra musical, por su parte, la obra visual, incita una contemplación pasiva, así como un diálogo interno entre la obra y el espectador. En este caso, la obra funciona como un mecanismo interactivo que invita a derribar la barrera entre el artista, la obra y el público, para funcionar como un eje articulador entre distintas disciplinas; donde el espectador pasa a ser el intérprete de la pieza a través de su máquina, con la cual activa dispositivos de movimiento y sonido, resignificando la manera de audiovisializar la obra de arte como una nueva experiencia estética que incluye al espectador como parte activa de la obra.
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